Yeltzing Rostrán A.
Punto Noticioso.Com
Juigalpa-Chontales: A mis escasos siete u ocho años de edad, cuando mi papá de crianza Enrique Amador me llevaba a los distintos campos de béisbol de la Liga Campesina «Alejandro García» del sector oeste de Juigalpa, no entendía por qué lo hacía: si era para divertirme, para que lo mirara jugar o no dejarme solo en la casa con mi hermano. Hasta que con el tiempo poco a poco fui comprendiendo que el béisbol era una cosa de familia, cuya pasión la imbuyó mi abuelo materno Pedro Amador. Mis otros dos tíos: Nadir y Marlon también jugaron el deporte de los bates y las pelotas.
De mi abuelo no recuerdo casi nada- murió cuando iba a cumplir mis seis años en el 2005- pero gracias a las anécdotas de mi familia y de otras personas, he podido conocer más de él. Mi papito- como le decíamos todos sus nietos- fue propietario de un taller de talabartería y un negocio de ropa. En ambos alcanzó ser reconocido entre la gente. Apoyó el béisbol y al equipo de San Diego al que le había puesto el nombre Las Estrellas de San Diego.
Recuerdo que mi papá se levantaba entre las tres o cuatro de la madrugada diariamente, más que por trabajo fue convirtiéndose en una costumbre que emulamos con mi hermano. Tomábamos café y luego escuchábamos el programa deportivo de Edgar Tijerino, Doble Play; posterior el de Radio Corporación, Cápsulas Deportivas; y finalizábamos con el de Radio Centro, Deportes 870, en la voz de Óscar González, quien fue el primero en regalarme un libro «Un enigma descifrado» con el que descubrí la felicidad de la lectura.
Desde que mi papito falleció, mi papá se hizo cargo del taller del que sólo quedaron los recuerdos del arte que me enseñó mi padre en el cuero: hacer dibujos en las albardas, inventos de canastas o reparaciones de las manoplas para ir a jugar al campo de la comarca que soy originario o de las heridas que me hacía en los dedos con las cuchillas que se trabajaba. Los lunes de cada semana que mi papá se movilizaba a Juigalpa para la compra de materiales, le encargaba el periódico La Prensa con el fin de leer las notas deportivas. Era lo que más me interesaba. Cuando no llegaba con La Prensa, le fruncía el ceño indicando mi molestia.

Un sábado del 2009 cuando frisaba mis diez años, mi hermano se vino a Juigalpa a jugar béisbol por primera vez. Esa mañana me sentí triste porque también tenía la ambición de jugar. Mi papá al verme con el rostro entristecido me dijo: «cuando estés más grande vas a ir vos» sin saber que esa misma mañana llegaría un hombre llamado Chombo a decirme que Javier Amador quería llevar a los niños de San Diego a participar en una Liga. Y así fue. Al siguiente sábado fuimos a jugar.
Durante el tiempo que viví en San Diego mi horario preferido era de cinco de la tarde en adelante. A partir de ese momento encendía la televisión para ver los juegos de Grandes Ligas de la MLB por ESPN. Disfrutaba escuchar los comentarios de Fernando Álvarez y Ernesto Jerez. Y sin tener el deseo de ser un relator, narraba las jugadas. Me decían en la casa que estaba loco. Cuando me trasladé a la ciudad practiqué con los Toros. Fui parte de Selecciones de Chontales en torneos nacionales y de un equipo que participó en un evento que realizaron unos estadounidenses en Managua y estuve en la casa del scout de Atlanta, Marvin Throneberry con otro grupo de chavalos.

En el 2017, estando en su máximo apogeo la fiesta patronal que celebran los juigalpinos en agosto y cursando el último año de la secundaria en el colegio Nuestra Señora de la Asunción, decidí renunciar a mi sueño de jugar béisbol. En esa misma semana de jaranas agostinas, sentado en una silla mecedora en la casa de mi tía Marcia, su esposo José Bonilla me preguntó‐ ¿querés narrar? – sí- dije. -Voy a llamar a mi compadre- me dijo, refiriéndose al periodista Marvin Miranda, quien me visitó y me hizo la invitación a Radio Centro. A la siguiente semana después de concluida la fiesta, comencé a dar mis primeros pasos como comentarista en un programa deportivo de Stéreo Centro (Socios Deportivos), una emisora desaparecida.
Mientras el tiempo transcurría y pasé al programa «Deportes 870» con la sección de Grandes Ligas de la MLB, conocí a Arturo Barberena, un lector e investigador como pocos en Juigalpa, quien me indicó las cuentas que debía de seguir para estar informado del mundo de los deportes. De ahí en adelante me dispuse a aprender a relatar ayudado por Juan Manuel García y más adelante por Napoleón Martínez, de León. El sueño de jugar béisbol me llevó a convertirme en un relator.