¿Deseoso por viajar o ver a mis padres?

Yelt Rostrán A.

Era mediados del año 2021 cuando con mi papá de crianza y mi mamá biológica iniciamos las pláticas sobre mi viaje a Costa Rica, país donde ellos residen desde hace muchos años—mi madre, una ciudadana costarricense. En cada comunicación que tenía durante el día y la noche con mis padres, eran más las alegrías que las tristezas—sin faltar las preocupaciones por el nocherniego de mi hermano—porque hablábamos sobre los lugares que visitaría—aunque sin precisar los nombres a los que iríamos.

No era la primera vez que planeaba salir de Nicaragua para ir a ver a mis padres—todos los años lo hago—sin embargo, en las llamadas telefónicas hacía mis preguntas a mis viejos sobre las vueltas que debía de dar para el visado de entrada al país tico—como si se trataba de mi primera vez.

En el último mes del 2021, llamé al Consulado de Costa Rica en Managua para programar mi cita—mi ambición era que me la programaran antes del 20 de diciembre—mas cuando me atendieron el teléfono, me dijeron que no había cita, y que sólo tenían para enero, por lo que mi entusiasmo por viajar a tierras ticas había comenzado a desinflarse, ya que siempre estoy con el deseo de pasar las dos últimas semanas de cada año con mis padres. Y esto me ha llevado a preguntarme si la impaciencia que tengo año con año es sólo por viajar o ver a mis padres. Y a esa pregunta ya le tengo respuesta: me gusta viajar a Costa Rica por sus playas, su biodiversidad y también porque allí se encuentra mi familia, a quienes extraño tanto que los vivo llorando en mi aposento.

En diciembre del año pasado me hallaba en la oficina que me habían asignado en Plan International, estaba frente a la computadora con la que trabajaba, desde ahí realizaba las llamadas al Consulado tico y me comunicaba con mi papá para informarle acerca de las fechas disponibles que quedaban. Yo le dije que en enero no quería ir, porque solamente tenía dos domingos libres en la academia donde estuve estudiando inglés y, que en mi pensado, estaba regresarme a Nicaragua la primera semana de enero para reincorporarme a las clases.

Al haber citas solamente para el primer mes del 2022, mi papá me dijo que solicitara un permiso para faltar un domingo a clase, porque quería verme y que yo mirara a mi madre. «Yo quiero que vengas hijo», me dijo. Llamé nuevamente al Consulado para programar mi cita el cuatro de enero. Ese día desperté muy temprano para viajar a la capital. La cita estaba para las nueve de la mañana. Cuando llegué al mercado Mayales antes de que puntualizaran las seis de la mañana, fui a buscar un microbús interlocal—pensando en llegar más rápido a Managua—pero estos, no salen si todos sus asientos no son ocupados y tuve que esperar. El minibús ya estaba a su capacidad, eran las seis y treinta y un poco de la mañana cuando salió para Managua.

Al entrar a la capital, saqué mi celular de la bolsa izquierda delantera de mi pantalón, me fijé en la hora, ya eran las ocho y veinticinco. Comencé a preocuparme porque tenía que estar veinte minutos antes en la Embajada. Al apearme del minibús en el Mayoreo, cogí un taxi que me llevara directo a la Embajada. Le dije al conductor que se fuera rápido, porque iba tarde, y si llegaba pasado de las nueve, perdía mi cita. Durante el recorrido, le preguntaba constantemente al chofer si ya estaba cerca. Me decía que aún estábamos largo. Al decirme esto, admito que yo ya iba pensando en la mentira que le diría a mi papá si no llegaba a tiempo para el visado. También creo que de tanto preguntarle al taxista, él iba más desesperado que yo.

A la Embajada llegué faltando dos minutos para las nueve, todavía a tiempo para el visado. Estando adentro, revisaron los documentos que cargaba, el caballero que me atendió se sorprendió cuando miró que entre mis …

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