Venezolanos venden pertenencias frente a sus casas para poder comer.

Tomado del Nacional.
Una multitud de clientes hacía fila en sus vehículos al frente de su casa para comprar sus pertenencias, en el oeste de Maracaibo, donde desde su juventud administraba un negocio en el que vendía periódicos, cigarrillos, café, tiques de lotería y bocadillos.

El kiosco mutó de facto en 2015. Hoy, es una venta de garaje. Sus productos ya no son novedades. Tienen olor a antigüedad, a desgaste y a uso.

“He vendido hasta cauchos, zapatos, tubos, las protecciones de mis aires acondicionados. Lo hago para defenderme”, cuenta Henry Cervantes, venezolano de 48 años de edad, mientras gesticula como quien se lleva un pedazo de comida a la boca.

Hoy, remata lo que le queda: dos sacos de traje de vestir sucios; una camisa de mangas cortas; revistas sobre la mujer y la salud de 15 y 20 años atrás; viejos libros y discos compactos; películas pirateadas, entre ellas Los Juegos del Hambre e Invictus.

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