De la delincuencia a las piñatas.

La delincuencia lo llevó a la cárcel más de 28 veces, además, destruyó su hogar y se alejó de sus hijas.

Punto Noticioso.Com

Violencia a lo interno del hogar y la separación de sus padres, fueron los factores que le abrieron el telón a Víctor Sobalvarro, originario del barrio La Fuente de Managua, para ingresar al mundo de la delincuencia y las drogas que por más de quince años lo mantuvieron atados.

“Mi mamá era una mujer sola. Mi papá se fue con otra muchacha y mi mamá se encargó de la crianza de nosotros, además, me enfrenté a muchos problemas en mi infancia y al final crecí solo lo que me llevó a hacer cosas malas”, señala Víctor, un hombre de 37 años que busca la manera de alejarse de su pasado para acercarse a Dios.

La delincuencia apagó sus sueños.

Los sueños de Víctor de convertirse en un médico veterinario se apagaron a los 13 años, al ingresar al mundo de la delincuencia y a esa edad, llegó a sus manos una pistola que más tarde utilizaría para intimidar a sus víctimas a quienes despojaba de sus pertenencias las que posterior, comercializaba en expendios o en casas de topes.

“No niego lo que fui. Delinquía, consumía drogas y tomaba licor, de igual manera salía a robar a pie o en moto”, recuerda Sobalvarro y luego agrega, que el día que recibió la pistola un amigo de él se asestó un disparo y murió porque ninguno de los integrantes del grupo tenía experiencia en manipular armas de fuego.

Lo marcó la muerte de un amigo.

La muerte de su amigo le marcó la vida y a los quince años cayó preso por primera vez y durante su carrera delictiva visitó la cárcel un poco de más de 28 veces, sin embargo, cada que se miraba involucrado en procesos legales prometía que ya no volvería a cometer actos ilícitos.

A Víctor le preguntamos ¿Cómo llegaste a Juigalpa? Esbozó una sonrisa y responde: “Tenía un problema en Managua y las autoridades policiales me buscaban. Entonces decidí huir y me vine a Juigalpa sin conocer a nadie, pero mi meta era buscar la manera de enderezar mi vida”.

Una vez en Juigalpa, ingresó a la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios y ahí conoció a un hombre de quien no quiso revelar su identidad. De forma desinteresada comenzó a ayudarle e inició a sacarle provecho a ese don de elaborar piñatas, asimismo, lo respaldó para que instalara su taller en una casa de un familiar.

Destruyó su hogar.

Víctor sostiene, que en lo grueso de sus malas andanzas se enamoró de una mujer y estableció una relación que duró una década, procreó dos bellas niñas: uno de 13 y otra de 9 años, pero sometió a esa dama a una violencia intrafamiliar permanente y eso estimuló la desintegración del hogar.

“Perdí mi hogar, mi mujer se aburrió y la perdí. En realidad, le hacía cosas muy malas, la golpeaba y me enteré que no tenía sentimiento alguno para ella. De tanto maltrato terminó yéndose con otro hombre y en mis fuerzas decía que eso no me importaba, al final me hacía mucha falta y entendí que un hombre no puede estar solo”, reconoce.

Ahora Sobalvarro, se traza seguir sirviéndole a Jesucristo desde la Fraternidad, a ese ser superior le clama a cada instante lo aleje de su pasado y le permite tener una mejor relación con sus hijas, ora también para que Dios le regale la ayuda idónea (una esposa) y sus ruegos ya están dejando repuestas positivas.

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